Iniciamos este post con la cita de Samantha Brooks: “Entrar en cuarentena es una experiencia solitaria y a menudo temible. Nuestro estudio encontró que tiene efectos psicológicos negativos. El hecho de que estos efectos perduren meses o incluso años es especialmente preocupante e indica que se deben implementar medidas durante el proceso de planificación de cuarentena para minimizar ese impacto psicológico”.
Hipócrates en sus tiempos ya hablaba de aislamiento preventivo. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero el COVID-19 ha vuelto a activar ese protocolo: China ha sido puesta en cuarentena masiva, regiones italianas están aisladas y miles de personas en el mundo se encuentran autoaisladas en sus hogares, como en el caso de España y la Comunidad Valenciana concretamente.
El aislamiento de quienes pueden haber estado expuestos al virus para reducir el riesgo de que infecten a otros ha demostrado ser una medida eficaz para evitar la propagación. No obstante, cabe hacer énfasis en el impacto psicológico que tiene esta medida en algunas personas, más aún si hablamos de personas con riesgo de trastorno mental o un diagnóstico clínico establecido.
De hecho, la separación de las personas a las que queremos, la imposibilidad de movernos libremente por espacios abiertos y el cambio de rutina, unido a los cambios emocionales que se producen como aburrimiento, irritabilidad, incertidumbre y preocupación, conlleva a mayor sensibilidad e inestabilidad que puede aumentar su vulnerabilidad.
Investigadores del King’s College de Londres analizaron los resultados de 24 estudios realizados en 10 países en los que se han aplicado medidas de cuarentena. Los resultados indican que los problemas más comunes son: estrés postraumático y depresión, así como hipocondría y TOC en el caso de enfermedades que implican tratamiento higiénico continuo o síntomas frecuentes (por ejemplo, tos, dolor de cabeza…). Otro estudio por la Universidad de Columbia señaló que algunas personas recurren a estrategias desadaptativas, como el abuso de sustancias o la alimentación compulsiva o excesivamente correcta (frustración de no adquirir determinados productos en los supermercados por la compra masiva de las personas).
Una vez que termina la fase de aislamiento, las pérdidas económicas debido a la incapacidad para trabajar, así como el estigma social que se puede haber generado en torno a la enfermedad, también influyen en nuestra salud mental. Por tanto, el aislamiento puede ser una medida preventiva necesaria, pero también es importante ser conscientes de sus efectos psicológicos para intentar aliviarlos, en la medida de lo posible.
De ahí que, tanto desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) como desde distintos colegios oficiales de Psicología, se hagan recomendaciones para la gestión psicológica, tanto en el caso de los adultos como de los niños:
Resolver sus dudas sobre el coronavirus a través de canales oficiales o contrastados.
Estar todo el día conectado y pendiente de la información sobre el coronavirus “no hará que uno esté mejor informado ni le dará más protección ante el virus y, en cambio, aumentará la sensación de riesgo innecesariamente”.
Es fundamental no hablar permanentemente del tema y evitar difundir informaciones falsas. Para ello, compartir información realmente relevante.
Tomar más precauciones de las que los médicos consideran justificadas por la evidencia científica no nos dará mayor protección frente al virus. De ahí que se aconseje, tanto en el caso de los adultos como niños, mantener las rutinas y agendas cotidianas en la medida de lo posible.
Pero cuidarse no significa sobreprotegerse y hacer consultas médicas, que ya van bastante colapsadas.
El miedo es una respuesta adaptativa que nos ayuda a mantenernos alerta y a tomar las medidas necesarias para minimizar riesgos, ya sea por la vía de evitar el peligro o de buscar la manera de afrontarlo.
Autora: Jessica
Psicóloga especialista en Altas Capacidades – Programa Despierta Alzira