Tradicionalmente se ha considerado la inteligencia como la medida de las altas capacidades (o incluso superdotación, como inicialmente se denominaba en nuestro país).
Dicha tradición ha provocado prácticas profesionales en las que la administración de distintos test de inteligencia se haya convertido en el epicentro de la valoración de las altas capacidades y del talento.
Sin embargo, conviene considerar un conjunto de reflexiones sobre este hecho.
Aunque a priori esta afirmación pueda resultar controvertida, se ofrecen algunos argumentos que discuten los resultados de los test de inteligencia en algunas situaciones:
Lo que quiere decir, que no podemos verla ni tocarla, sino que, para conocerla, hemos de partir de modelos teóricos.
La mayoría de test de inteligencia están construidos desde distintos modelos teóricos, por lo que cada test de inteligencia “mide” una cosa diferente.
Además, no todos los modelos disponen de las mismas evidencias ni todos los test de inteligencia presentan el mismo rigor.
Este hecho explica que, en la mayoría de las ocasiones, el resultado alcanzado en un test de inteligencia sea diferente a la obtenida en otro test de inteligencia.
(además de su conocimiento en profundidad del test de inteligencia y experiencia práctica), de un contexto que favorezca el proceso de valoración, de una disposición de la persona que es evaluada… y no siempre se dan estas circunstancias.
Por ejemplo, aplicar un test de inteligencia para evaluar las altas capacidades en un espacio con ruidos, a una hora del día en la que el sujeto evaluado presenta fatiga, hambre… puede distorsionar los resultados que se consigan en el test de inteligencia.
Es posible también que el psicólogo y psicóloga que practica la evaluación no domine el test de inteligencia e incumpla alguna de las normas de aplicación con errores en los tiempos de los subtest, criterios de finalización, corrección e interpretación de los resultados… el error humano es posible en cualquier contexto y circunstancia.
Todos estos factores producen unos resultados, por lo general, que llevan a alcanzar puntuaciones inferiores a las reales.
Esto también puede sesgar a la baja los resultados del test de inteligencia.
Por ejemplo, si se trata de una persona que está atravesando una situación emocional complicada, no domina la lengua vehicular en la que se aplica el test, presenta alguna necesidad específica de apoyo educativo, le cuesta entablar relaciones interpersonales (si quien evalúa no consigue establecer una relación adecuada, probablemente no responderá con precisión todo lo que es capaz), si no siente la suficiente motivación como para manifestar todo lo que sabe…
En todos estos casos, las puntuaciones de los test de inteligencia serán inferiores a la verdadera potencialidad.
El proceso de desarrollo del talento en estudiantes con altas capacidades exige conocer las habilidades cognitivas, es decir, la inteligencia del alumnado.
Sin embargo, este proceso necesita identificar muchos otros factores como la creatividad, cuestiones personales (motivación, intereses, situación emocional…) y, por supuesto, las oportunidades que pueda recibir desde cada escenario de aprendizaje como el contexto familiar, los centros educativos, los centros especializados en la educación del talento…
Por todo ello, se concluye que la inteligencia (medida con test de inteligencia) es una condición necesaria que ha de ser llevada a cabo con suficiente rigor, pero no es suficiente para la educación del talento, por lo que contemplar todas estas cuestiones es uno de los requisitos para promover el talento de las personas con altas capacidades.